miércoles, agosto 15, 2007

Marita, un homenaje



La foto es de la navidad del 2005. Cada navidad, ella contaba lo que había regalado justo cuando uno lo estaba abriendo. Cuando los regalos eran para ella, los abría muy cuidadosamente para guardar el papel. Lo que sigue es lo que escribí para el funeral. Es mi pequeño homenaje desde lejos.

Mi abuela fue siempre una presencia mágica para mí. Desde chica, cuando la visitábamos en su departamento de Obispo Pérez y me recibía su abrazo apretado que era como sumergirse en el océano por unos segundos, comenzaba un viaje en el tiempo. Esas visitas eran la entrada a un mundo fantástico y poético. Sentarse en el sillón de terciopelo verde que olía a historia antigua, tomar la mano de mi abuela y escucharla relatar las historias de su infancia y juventud mientras tomábamos el té y comíamos tostadas con mermeladas. Ella siempre muy bien arreglada, con sus vestidos color vino o verde botella; esos eran los colores de mi abuela. De a poco, nos ibamos sumirgiendo en el pasado, en un Chile antiguo, en las historias de los muchachos que la pretendían, de cuando uno le tocó la pierna en el cine y salió corriendo, de las fiestas en la casa de la quinta, con el piano, con los padres mirando a los jóvenes bailar. De las tías viejas y muy católicas, de los viajes, de las tardes completas en el cine. Mi abuela lloraba cada vez que recordaba a la hermana muerta al poco tiempo de haber nacido, a sus padres, a la Carmen del Pilar. Era infinitamente sensible y dulce. Tenía una picardía que la hacia encantadora para cualquiera, por eso siempre estuvo rodeada de gente que la quería. Amaba las fiestas y la vida social; amaba la vida y nunca se quizo desapegar de ella. Mi abuela era un poema de casi cien años. Y esa poesía fue un regalo. Por eso abuelita, por su presencia infinita en nuestros corazones, este poema con todo mi amor y la pena de no tenerla cerca.
Su nieta que la adora,

Carmencita
Nueva York
13 de Agosto del 2007


Requiem

Cae la nieve negra
cae con su pulso muerto
cae como un cuchillo que atraviesa la tarde.
Las campanadas huecas de la iglesia también caen
caen con su silencio de plata.

Cae el tiempo sobre los relojes de las tres de la tarde
cae el tiempo y nos paraliza
como estatuas en el jardín de los abandonados.
Porque tu nombre era el verbo
nuestra piel ha quedado fría como mármol.

A esta hora,
los pájaros se han vuelto ceniza
y caen como canción quebrada.

A esta hora,
el mar de Chile está de luto
y llora cubierto tras una sábana negra
y sus olas caen
y su espuma cae
como una sentencia en el rostro de los hijos.

Es de noche en el corazón de los bosques
y sus árboles caen
con los troncos marchitos
con las raíces secas.
Caen como piedra hueca.

Hoy, tu corazón que desconoce el tiempo
se ha vuelto lámpara de fuego
y con su estela dorada
ilumina los cielos de este mundo.

Es eso lo que brilla.

1 comentario:

Dylan Forrester dijo...

Intensas tus palabras que son como cicatrices bien marcadas. Es eso lo que brilla.
Me gusta. Espero leerte más.
Saludos...