martes, marzo 28, 2006

10 de Julio Huamachuco


Éste es el lugar de los espejos. Los hay de todos los tamaños, formas y estilos. Los venden en las esquinas, hombres, reflejos de hombres, sombras que se reflejan en los espejos. Tras cada uno de ellos hay una historia sin contar. Una historia que se insinúa en los espejos, en las miradas que dan los hombres ocultos detrás de una imagen.
La condena que pronuncian los espejos de 10 de julio es estar preso en la esquina de la rabia, en una ciudad que tiene rabia por todos lados. Es tener que ser el bad guy de la historia y vivir en una batalla: 10 de julio, Huamachuco.

lunes, marzo 20, 2006

Smoke


Alguien fuma mientras se mira al espejo por las mañanas. Fuma y ve como el humo se proyecta en cada bocanada. Luego se desviste. No fumar es como estar desnudo, piensa. No fumar es como esos carteles luminosos en medio de una carretera vacía. Una habitación de motel típica de cualquier road movie, o ni siquiera, una habitación de motel nada más, en cualquier película, de cualquier género.
Tiene los dedos amarillos, los dientes amarillos; una mirada tísica. Tiene la sensación de que va a morir en cualquier momento, por eso fuma y no le importa. Por eso bebe y no le importa. Por eso tampoco duerme, porque de la vida, lo único que disfruta, es cuando las luces de la ciudad se encienden sobre su cabeza y el frío le congela las manos, las orejas y la punta de la nariz. Entonces sube la solapa de su chaqueta, pone las manos en los bolsillos y un cigarrillo de tabaco negro entre los labios. Porque cuando anochece y hace frío, no le gusta caminar desnudo por la ciudad.

domingo, marzo 19, 2006

Shampoo


Ella lleva tijeras por manos. Usa delantal y a veces duerme de pie y sin darse cuenta, cuando la clientela está baja y la teleserie brasilera ya terminó. Entonces, las otras chicas aprovechan de limarse las uñas o conversar entre ellas acerca de los productos que mejoran el brillo del cabello. Su escenografía es rosa, rodeada de revistas con famosos en fotos de colores y títulos controversiales. Todo sucede en 50 metros cuadrados. Todo menos aquello que alcanza a ver desde la puerta de vidrio: el pulso de una ciudad que que mira sin poder tocar.

lunes, marzo 13, 2006

Agrado


Llovía. La lluvia caía fuerte sobre el barrio alto de Lisboa. Caminábamos por calles repletas de gente. Muchachos conversando animadamente dentro y fuera de los bares.

Al doblar la esquina de la rua, nos topamos con un grupo de muchachas, todas guapas, frente a las cuales mi acompañante musitó unas improvisadas palabras en portugués. Ante la inesperada iniciativa, no pude menos que sonreír con cara de hacer amigos (en este caso amigas), aunque fuera solo por esa noche.

Las chicas bebían y en un gesto de confianza universal, nos invitaron a tomar de un licor aún embotellado. Entre risas misteriosas y palabras un tanto desconocidas, dimos inicio al segundo gesto comunicativo de la noche. En una ronda que comenzó por ellas, una a una de las siete muchachas fue diciendo su nombre de pila para coronarlo con un “Agrado”. Así, teníamos ante nosotros a “María Agrado”, “Joanna Agrado”, “Denisse Agrado” y un par de nombres que ya no recuerdo. Para no quedar fuera del simpático juego, me coroné a mi misma como “Carmen, Carmen Agrado”, ante la risa empática de mis ya nuevas amigas. Hasta ese minuto ninguno de nosotros caía en cuenta del no muy delicado guiño que las chicas hacían a la memorable “Agrado”, de la entonces recientemente estrenada película de Almodóvar, “Todo Sobre mi Madre”.

Luego de nuestras ilustres presentaciones, las muchachas nos llevaron por los rincones del viejo barrio, no sin prescindir del desconocido licor que animaba la conversación.

En un minuto de confianza, mi compañero me confiesa: “me gustan todas”. Un problema para él. Tener que decidir entre siete no iba a ser fácil considerando que el reloj avanzaba con prontitud y que las siete chicas destacaban por tener estilos claramente distintos.

Sin mucho preámbulo, fuimos invitados por la comisión portuguesa a bailar a una conocida discoteque del barrio. Nosotros, como buenos representantes de nuestro país, no dudamos en mostrar con orgullo nuestros célebres bailes nacionales.

Una vez dentro del recinto, María, la chica intelectual, me dice con sorpresa “vouce e moito bonita, tudos los hombres te miran”. “Gracias, gracias”, le digo a María y comienzo a buscar las miradas de mis nuevos admiradores, miradas que, claro está, no encontré por ninguna parte. Instalados ya en la esquina que sería el centro de operaciones del grupo, fuimos, yo y María en una misión femenina al baño. Una vez ahí y empinándonos sobre la botella del desconocido licor, María me confesó que ella cantaba fados y yo por supuesto, le pedí que entonará improvisadamente uno. Finalizada su performance, la que aplaudí con ganas, y movilizada por el alcohol, le confesé mi veta literaria, ante la cual me animó a declamar alguno de mis versos.

La pista de baile era más o menos igual a cualquier disco electrónica de Chile, exceptuando el pequeño detalle que yo y mi acompañante habíamos ignorado durante toda la noche. En la pista abundaban las parejas, pero casi siempre eran personas del mismo sexo las que compartían el baile. Muchos chicos con chicos y chicas con chicas. Recién caía en cuenta de esto, cuando él, con ánimo vencido, me informa que definitivamente no es el centro de conquistas de la noche. En ese instante decido dar una mirada de control sobre nuestras amigas, las que me sonríen al unísono con la mirada del gato sobre la presa.