lunes, marzo 13, 2006

Agrado


Llovía. La lluvia caía fuerte sobre el barrio alto de Lisboa. Caminábamos por calles repletas de gente. Muchachos conversando animadamente dentro y fuera de los bares.

Al doblar la esquina de la rua, nos topamos con un grupo de muchachas, todas guapas, frente a las cuales mi acompañante musitó unas improvisadas palabras en portugués. Ante la inesperada iniciativa, no pude menos que sonreír con cara de hacer amigos (en este caso amigas), aunque fuera solo por esa noche.

Las chicas bebían y en un gesto de confianza universal, nos invitaron a tomar de un licor aún embotellado. Entre risas misteriosas y palabras un tanto desconocidas, dimos inicio al segundo gesto comunicativo de la noche. En una ronda que comenzó por ellas, una a una de las siete muchachas fue diciendo su nombre de pila para coronarlo con un “Agrado”. Así, teníamos ante nosotros a “María Agrado”, “Joanna Agrado”, “Denisse Agrado” y un par de nombres que ya no recuerdo. Para no quedar fuera del simpático juego, me coroné a mi misma como “Carmen, Carmen Agrado”, ante la risa empática de mis ya nuevas amigas. Hasta ese minuto ninguno de nosotros caía en cuenta del no muy delicado guiño que las chicas hacían a la memorable “Agrado”, de la entonces recientemente estrenada película de Almodóvar, “Todo Sobre mi Madre”.

Luego de nuestras ilustres presentaciones, las muchachas nos llevaron por los rincones del viejo barrio, no sin prescindir del desconocido licor que animaba la conversación.

En un minuto de confianza, mi compañero me confiesa: “me gustan todas”. Un problema para él. Tener que decidir entre siete no iba a ser fácil considerando que el reloj avanzaba con prontitud y que las siete chicas destacaban por tener estilos claramente distintos.

Sin mucho preámbulo, fuimos invitados por la comisión portuguesa a bailar a una conocida discoteque del barrio. Nosotros, como buenos representantes de nuestro país, no dudamos en mostrar con orgullo nuestros célebres bailes nacionales.

Una vez dentro del recinto, María, la chica intelectual, me dice con sorpresa “vouce e moito bonita, tudos los hombres te miran”. “Gracias, gracias”, le digo a María y comienzo a buscar las miradas de mis nuevos admiradores, miradas que, claro está, no encontré por ninguna parte. Instalados ya en la esquina que sería el centro de operaciones del grupo, fuimos, yo y María en una misión femenina al baño. Una vez ahí y empinándonos sobre la botella del desconocido licor, María me confesó que ella cantaba fados y yo por supuesto, le pedí que entonará improvisadamente uno. Finalizada su performance, la que aplaudí con ganas, y movilizada por el alcohol, le confesé mi veta literaria, ante la cual me animó a declamar alguno de mis versos.

La pista de baile era más o menos igual a cualquier disco electrónica de Chile, exceptuando el pequeño detalle que yo y mi acompañante habíamos ignorado durante toda la noche. En la pista abundaban las parejas, pero casi siempre eran personas del mismo sexo las que compartían el baile. Muchos chicos con chicos y chicas con chicas. Recién caía en cuenta de esto, cuando él, con ánimo vencido, me informa que definitivamente no es el centro de conquistas de la noche. En ese instante decido dar una mirada de control sobre nuestras amigas, las que me sonríen al unísono con la mirada del gato sobre la presa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nos movemos en una región intermedia entre literatura y fotolog. Sociabilidad virtual. La peor, al menos para mi. Ay de aquellos textos que no puedan ser leídos al calor de unas botellas. A no ser que se trate de piezas puramente literarias, donde los vestigios de la biografía nunca son visibles para cualquiera. Donde ya se ha realizado el milagro de la alquimia. Aquí encontramos una pieza que va por tal camino. Los travestis son un símbolo importante, y en este caso reiterado. Están efectivamente marcando una época, están en la primera línea de las más contemporáneas obsesiones. Son la subjetividad intervenida por si misma en grado superlativo. La pantalla tras de la cual nada se esconde. El puro simulacro, como diría Baudrillar.
Felicidades.
El Popo