lunes, noviembre 21, 2005

Blue Moon



Hace mucho y poco tiempo, me tomaba unos tragos con Rodri, en un bar donde escritores aburridos se mezclan con los sonidos de un órgano ochentero y exóticas meseras con destino desconocido y un pasado escrito en las manos. No recuerdo bien el orden de los sucesos, pero entre las versiones orquestadas de Volver a los diecisiete y Brasil que una madura rubia tocaba con rabia y fuerza en el viejo órgano del cual ya hablé, y la inmutable presencia del escritor solitario y silencioso en la barra del bar (como esos personajes de novela que aparecen como quien nombra una calle), se presentó ante nosotros una chica de edad indefinida, pero de una belleza cercana a los treinta. Llevaba una pequeña falda color violeta, tacones y un abrigo de plumas que la hacian ver como el ángel del diablo. La miramos emocionados, era como ver a una estrella de rock y, aún sin saber quién carajo era, la invitamos a compartir nuestra mesa. Dolores Di Pasqualle se llamaba la chica y era argentina. Para nuestro asombro y no tanto, también era poeta.

De ese encuentro quedaron las plumas en el Martini , un par de poemas que Dolores nos regaló y una luna que caía azul sobre la ciudad que despertaba.

Nunca estaré tan borracha
como para ir a tu casa en medio de la noche.
Toco los vinilos que dejaste en mi alcoba
como si tocara el cuero negro de tu campera
aquella vez que fuimos a La Plata
escuchando Bob Dylan en el walkman.

Detesto la forma de amar de ese judío.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué antiguo que se me hace ahora ese poema! Tiempo sin verlos! A tí y a Rodrimel!
Bueno, va un poema de los nuevos.
Besos para ambos,
Dolores

Siempre quise ser una estrella de rock
pinchar discos fue una segunda opción
ser poeta lo que quedaba.

Mis dedos nunca se hundirán en el piano como en el sexo de esa rubita amiga tuya
que cantaba Prince como en 1985.