Sigo en tránsito y ahora pareciera como si de esto se tratara la vida. Dicen que acá uno nunca deja de estar de paso y lo creo. No sé si llegue algún día en el que haga de este es mi lugar en el mundo, pero creo que más bien tiene que ver con encontrarlo dentro de mí. El lugar en el mundo creo es, la estabilidad y seguridad que nos dan las cosas que nos rodean. Todo lo que nos constituye y se siente conocido. Supongo que cuando nos desprendemos de todo eso y quedamos solos en la mitad de un lo desconocido, tenemos que aprender a encontar lo conocido en nosotros mismos.
Antes de venirme soñé una o más veces con ratas. Uno de mis miedos más concretos a Nueva York eran las ratas. Sabía que estaban por todas partes. Pero esos sueños simbolizaban miedos internos. Hay miedos conocidos y miedos desconocidos. Creo que las ratas eran miedos del segundo tipo. Pero así como cuando chica le tenía pánico a la oscuridad y por mucho, mucho tiempo me levanté por las noches a decirle a mis papás que tenía miedo, en algún minuto aprendí que tras lo oscuro no había nada que temer. El mounstro nunca apareció. Supongo que ahora tampoco hay mounstro, no hay rata gigante. Pero siento como si tuviera que ir dando pasos chiquititos y sin meter demasiado ruido por si acaso.
Ahora me estoy quedando en un hotel en Nueva York aprovechando también que está la Karen y que ninguna tenía donde más estar. Pero está bien. Será mi hogar por una corta temporada. Nuestra pieza es celeste con rojo y eso ya me es familiar. Es solo que a veces el miedo paraliza y todo me parece ajeno y extraño. Como si todo se nublara y yo dejo de creer.
El fin de semana estuve en un tempo budisita. Ahí estaba escrita la historia del Budha con imágenes, igual como el vía crucis en las iglesias católicas. Al final los dos, Budha y Cristo, deben vivir pruebas de fe. En Dios, en la vida, en ellos mismos. Y supongo que eso es gran parte de lo que vine a buscar.